A principios del siglo XXII, algunas comunidades humanas, especialmente las de los planetas colonizados más lejanos, decidieron volverse exclusivamente femeninas.
Las mujeres ya superaban ampliamente en número a los hombres y esto era especialmente notorio en las clases dirigentes. Además, a esa altura de la evolución tecnológica hacía mucho que los varones no eran necesarios ni para la reproducción ni para el placer sexual. La partenogénesis era una realidad y la creatividad sexual había ampliado mucho las posibilidades. De hecho, el gusto por el sexo con varones reales era una rareza de minorías. Incluso para esas aficionadas a los varones, las posibilidades de sexo virtual superaban ampliamente las limitadas habilidades de los varones de carne y hueso.
Los buenos resultados iniciales sorprendieron a los más optimistas. Las nuevas comunidades de mujeres resultaron más eficientes y menos conflictivas. Al tiempo los índices de salud y economía se dispararon. Los humanos en todo el universo ya se imaginaban a los varones como piezas de museo.
Cuando las primeras comunidades exclusivamente femeninas ya tenían unos 20 años, en algún lugar del universo ocurrió un cataclismo profundo y sus repercusiones en los humanos no se hicieron esperar. Miles de comunidades a lo largo del universo debieron enfrentar situaciones planetarias extremas que afectaron fuertemente sus modos de vida.
De una forma u otra, cada grupo se defendió a su manera. Adaptándose y luchando trataron de salir adelante. Sin embargo, muchos no lo lograron. Colonias y hasta planetas enteros debieron ser abandonados.
Cuando llegó el momento de evaluar fue notorio que las comunidades exclusivamente femeninas habían llevado la peor parte. Las más eficientes y las menos conflictivas también habían sido las menos adaptables y las que tenían menos capacidad de enfrentar lo nuevo.
Después de todo, los varones todavía tenían un lugar entre los humanos. Aunque fuera simplemente por una cuestión de biodiversidad.