Todos tenemos manías, ¿verdad?
Manfredo detestaba dos cosas: la suciedad y las cosas redondas y chatas, como los botones.
Además era un librepensador, le encantaba alardear de sus pecados y burlarse de la iglesia.
Por eso no le extrañó cuando, después de muerto, el buen Dios le dijo que no había lugar para él en el cielo.
Mientras esperaba el trámite para entrar al infierno, la ansiedad le fue ganando...¿como sería aquella eternidad sufriente? ¿fuegos abrasadores, látigos hirientes? ¿o habría martirios más elaborados, torturas sicológicas?
Se abrió la puerta y lo llamaron. Lo primero que le dijeron lo sorprendió:
- Señor, antes de entrar póngase este smoking. Es su uniforme.
Manfredo obedeció perplejo. Cuando, impecablemente vestido, pasó por la puerta finalmente comprendió.
Manfredo era el nuevo croupier y por la eternidad recogería las fichas en la ruleta del casino del infierno.
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