Javier, el maestro de historia, había hecho lo mismo de todos los años. Les pidió a los niños que trajeran información sobre sus familias, especialmente padres y abuelos. Ese material era siempre más o menos parecido y servía como arranque para conversar sobre los últimos 50 años de la colonia.
Es que la colonia Auris, en el lado oculto de la luna, contenía una comunidad orgullosa de sus logros y de su estilo de vida. Por eso, la enseñanza de la historia en las escuelas se centraba en esos 50 años y reforzaba el optimismo generalizado en la ex-base militar.
Pero aquel niño llegó a la escuela con una historia distinta. Federico había estado hurgando en viejos archivos familiares y, vaya a saber de donde, había aparecido un diario de su tatarabuela en la que relataba la vida en el planeta madre, ese al que la colonia siempre la daba la espalda.
El maestro no se alarmó, después de todo la educación oficial no negaba la historia antigua sino que solamente la minimizaba, pero le advirtió a los niños que “había que tomar con mucho cuidado esas informaciones sobre el pasado, pues suelen contener muchas mentiras”.
La advertencia no era del todo mentirosa. Ocultado por la historia oficial, el pasado terrestre se había vuelto campo fértil para las fantasías de los pobladores más impresionables y, sobre todo los niños, escuchaban demasiado seguido las más improbables aventuras en aquel territorio olvidado.
Por eso Javier no pudo evitar que todos los niños se abalanzaran sobre la reproducción de aquel diario que Federico mostraba como un tesoro. Pero en vez de eso, el maestro le pidió el material y comenzó a leer párrafos mientras sonreía.
- A ver. Esto dice que vivía en un lugar llamado Uruguay…no recuerdo ningún lugar así.
Los dedos de los niños volaron buscando la información que el maestro negaba. Enseguida una voz se escucho en el fondo:
- Pero sí maestro. Acá dice que hubo un país llamado Uruguay.
Javier se sentía incómodo y quiso arremeter contra algunas otras informaciones absurdas que aparecían en el diario. Sin embargo, una tras otra, los niños las confirmaban.
- Es verdad lo que dice de cómo vivían
- Y es también verdad lo de la guerra. Parece que fueron invadidos porque tenían una gran riqueza.
Aquello se le había ido de las manos. El maestro estaba a punto de terminar la clase pero temía que eso provocara más y más interés de sus alumnos por el pasado terrestre. No había salida. El debía demostrar que aquello era falso, pero ¿cómo?
De pronto le brillaron los ojos y leyó en voz alta:
“…hoy un hombre pobre llamó a la puerta de casa y pidió agua. Mamá le dio una botella y me dijo: el agua no se le niega a nadie”
Una risotada general resonó entre aquellos niños. ¿Un país donde a los pobres se les regalaba el agua? ¿Qué clase de broma absurda era esa?
No podía ser. El agua, el bien de más alto valor, la mercadería más cuidada y regulada había escaseado siempre. En este y en todos los mundos siempre había valido muchísimo y eso era obvio para cualquiera.
Un avergonzadísimo Federico tomó el diario que el maestro Javier le devolvía. Con una sonrisa condescendiente este le dijo:
- Fede, siempre acordate que no podemos creer todo lo que dicen por ahí.
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