martes, 28 de septiembre de 2010

Libido

Sucedió a mediados del siglo XXI.
Cuatro o cinco ideas cristalizaron y la comunidad científica desarrolló un método para mapear todos los receptores del cerebro humano.
Luego de eso, la química orgánica hizo su tarea y las nuevas drogas fueron hechas exactamente a medida de cada uno. Podían controlar el humor, la actitud, la sensibilidad, el carácter y mucho, mucho más.

Pero lo que verdaderamente revolucionó a la humanidad fue un dispositivo terapéutico en forma de puntito diminuto y programable que suministraba esas nuevas drogas de forma fácil y eficiente.
Al principio lo llamaron “Dispositivo intracraneano de administración farmacológica directa” y fue una exclusividad de las grandes corporaciones.
Los profesionales de la medicina poseían ahora la llave para convertir a cualquiera en un ser “normal”. No más esquizofrénicos, no más depresivos, no más maniáticos compulsivos.

Al tiempo dieron un pasito más: no más ansiosos, no más hiperactivos, no más distraídos.

Por esa época comenzó un debate acerca de la “normalidad” y la libertad. Había quienes peleaban por el derecho a ser diferentes más allá de los estándares de las clínicas. Sin embargo, el nuevo dispositivo y su normalidad química avanzaba firmemente en los mercados mundiales. Hubo años en que fue el artefacto más vendido en casi todo el mundo.

Y justo cuando parecía que la igualdad uniformizante llegaba a cada persona en el mundo, sucedió.

Alguien (¿uno, muchos?) descifró los códigos. El aparato de tecnología exclusiva y costo de millones ahora podía ser programado por cualquiera. Enseguida aparecieron laboratorios piratas que vendían las drogas para recargar tu nuevo dispositivo “desbloqueado”. Y muchos descubrieron que el aparato podía ser “sintonizado” en estados muy diferentes de la apática normalidad institucional.

¿Querías vértigo? ¿Querías excitación? ¿miedo, autoestima, simple placer o éxtasis? Todo podía ocurrir simplemente alterando los mandos. La gente se sentía otra vez dueña de su sentir. Por supuesto ya nadie llamaba al dispositivo por su nombre oficial. Le decían “Little Big Dot” o simplemente Libido.

El descontrol fue fenomenal. Masas enteras de humanos dedicadas a disfrutar , a explorar nuevas posibilidades y a renunciar a toda forma de control exterior.

La fiesta no duró mucho. Libido fue prohibido y sus fabricantes perseguidos. 20 años después de su lanzamiento ya nadie hablaba de él.

Por lo menos no en público.

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