Fue su sonrisa lo que lo hizo cruzar la línea.
Hasta ese momento, se habian visto un montón de veces y habían hablado unas pocas. Pero sus vidas transcurrían como las hebras que forman una trenza: daban vueltas y vueltas en torno a la del otro, pero nunca coincidían.
Para ese entonces hacía como diez años que se conocían. Tenían amigos en común, vivían cerca y una extraña serie de coincidencias los había hecho encontrarse una y otra vez. Por eso pasaron de los saludos a pequeñas charlas de las que él siempre recordaba esa sonrisa. Esa sonrisa.
La excusa para acompañarla a su casa fue insignificante. Ayudarla con unos paquetes, una mascota escapada, algo que el nunca recordaría. Sin embargo lo que seguro no pudo olvidar fue lo que vio y sintió cuando la puerta se cerró detrás suyo.
Simplemente, ella no era de este mundo.
Las cosas del otro lado de esa puerta eran diferentes, aunque no tanto como para asustar. Lo que a el le pesaba era esa abrumadora sensación de novedad, esa certeza de que en esa casa (¿en ese universo?) todo era de otra clase, de otro sistema y había sido pensado para que lo usaran y disfrutaran otros seres.
Guiado por la sonrisa y su portadora, estuvo un tiempo tras esa puerta y volvió a su mundo sin poder contarle nada a nadie. Le asustaba la responsabilidad de lo que ahora sabía y sin embargo, tenía la seguridad de que nadie le iba a creer.
Solo para confirmarselo a si mismo, llamó a esa puerta tres o cuatro veces más. Siempre le abrieron, siempre le sonrieron y, en realidad, nunca pasó mal. Pero finalmente se despidió para ya no volver.
Luego de eso, no hubo más casualidades. No la vio nunca más, pero los recuerdos de lo vivido demoraron años en desvanecerse. Como en el gato de Cheshire, lo ultimo que quedó fue la sonrisa.
Hasta ese momento, se habian visto un montón de veces y habían hablado unas pocas. Pero sus vidas transcurrían como las hebras que forman una trenza: daban vueltas y vueltas en torno a la del otro, pero nunca coincidían.
Para ese entonces hacía como diez años que se conocían. Tenían amigos en común, vivían cerca y una extraña serie de coincidencias los había hecho encontrarse una y otra vez. Por eso pasaron de los saludos a pequeñas charlas de las que él siempre recordaba esa sonrisa. Esa sonrisa.
La excusa para acompañarla a su casa fue insignificante. Ayudarla con unos paquetes, una mascota escapada, algo que el nunca recordaría. Sin embargo lo que seguro no pudo olvidar fue lo que vio y sintió cuando la puerta se cerró detrás suyo.
Simplemente, ella no era de este mundo.
Las cosas del otro lado de esa puerta eran diferentes, aunque no tanto como para asustar. Lo que a el le pesaba era esa abrumadora sensación de novedad, esa certeza de que en esa casa (¿en ese universo?) todo era de otra clase, de otro sistema y había sido pensado para que lo usaran y disfrutaran otros seres.
Guiado por la sonrisa y su portadora, estuvo un tiempo tras esa puerta y volvió a su mundo sin poder contarle nada a nadie. Le asustaba la responsabilidad de lo que ahora sabía y sin embargo, tenía la seguridad de que nadie le iba a creer.
Solo para confirmarselo a si mismo, llamó a esa puerta tres o cuatro veces más. Siempre le abrieron, siempre le sonrieron y, en realidad, nunca pasó mal. Pero finalmente se despidió para ya no volver.
Luego de eso, no hubo más casualidades. No la vio nunca más, pero los recuerdos de lo vivido demoraron años en desvanecerse. Como en el gato de Cheshire, lo ultimo que quedó fue la sonrisa.
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