Se acercaban las elecciones y los gobernantes estaban deseosos de dar buenas noticias al público. Por eso, aquel candidato a la reelección de fines del siglo XXI sonrió satisfecho y comenzó su discurso:
“…y el trabajo del gobierno ha dado su fruto. Con la sustitución de los ultimos funcionarios humanos por sus equivalentes automáticos hemos dejado atrás definitivamente la era del trabajo humano obligatorio.
Ya ningun ciudadano deberá realizar una tarea que no desee pues la tecnología nos proveerá de nuestras necesidades.
Hemos eliminado también toda obligatoriedad en materia de educación. Ya no necesitamos formación alguna pues todo nos será provisto en abundancia por los autómatas…”
El discurso siguió detallando estadísticas que abundaban en los logros del gobierno. Discretamente, el hombre omitió mencionar que, sin tareas para hacer, la gente se suicidaba en una proporción jamás antes registrada.
El síndrome del domingo de tarde se había eternizado.
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