viernes, 22 de octubre de 2010

El hombre robado

Fernández era un policía viejo y, además, anticuado. Esa fue una de las razones por la que le encargaron investigar aquella muerte.

Es que esto sucedió por el año 2075 y en esa época la mayor parte de los asesinatos ocurría sin violencia. Alguien accionaba un mando y otro se pulverizaba, desaparecía, dejando apenas una nube en su lugar. La modernidad de las armas había convertido el homicidio en un acto casi quirúrgico, una especie de extirpación de los individuos indeseables.

Pero este caso era diferente. Tenía todos los ingredientes de los asesinatos de otra época. Una escena del crimen desordenada, bañada de sangre, con rastros de lo que parecía una larga pelea cuerpo a cuerpo y un cadáver prácticamente destrozado.

Fernández enseguida notó que esto no era nada anticuado y que no iba a ser fácil. El Sr. Patricio M., la víctima, efectivamente había librado una larga y cruenta lucha…pero ¿contra qué? No había en todo aquel cuarto ni el más mínimo rastro de otro ser.

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No había sido un buen amanecer para Bellini, el vendedor de recuerdos, que estaba malhumorado e irritable. La semana anterior había hecho una muy buena venta y, sin embargo, en vez de alegrarlo lo había dejado nervioso.

Había sido una de esas cosas demasiado buenas para ser verdad. Una esposa con ganas de hacerle un buen regalo a su marido que no discutió precios y que pagó por adelantado.

En esa época estaba de moda implantarse recuerdo de viajes, de conocimientos, de emociones nunca vividas. Podían ser recuerdos de otros, cuidadosamente registrados y almacenados pero lo que más se vendía eran recuerdos sintéticos porque eran más baratos. Bellini implantaba recuerdos y , cuando podía, ofrecía alguno de su colección. Últimamente, sin embargo,  la gente llegaba con algunos recuerdos baratos comprados por ahí y Bellini no hacía buenos negocios.

La clienta de la semana pasada también había traído ella los recuerdos que le iba a regalar a su esposo. Pero no eran recuerdos baratos, eran recuerdos artificiales de exquisito diseño. Un artículo caro y por eso Bellini se animó a cobrar mucho. Era lunes y la señora pagó y no discutió. El viernes su marido se presentó, Bellini le implantó los recuerdos y el hombre se fue un poco confundido pero feliz. La confusión era común luego de los implantes de recuerdos así que a Bellini aquello no debía preocuparle.

Sin embargo, algo no cerraba. Una semana después a Bellini lo llamó la policía.

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Cuando Fernández investigó el entorno del muerto, nada parecía fuera de lugar. El Sr. Patricio M. viajaba por trabajo y murió en el hotel donde solía quedarse cuando iba a esa ciudad. Tenía un buen trabajo, una buena familia, nadie que pudiera parecer un enemigo. El Sr.Patricio M. llevaba una vida que hasta parecía aburrida.

Mimi, la esposa de Patricio, no pudo mencionar nada especial que hubiera ocurrido en los últimos días. Estaba especialmente amargada porque el viernes de su muerte el había querido comunicarse con ella pero hubo un cliente que la mantuvo ocupada todo el día.

Patricio solo pudo dejarle un mensaje de agradecimiento que ella repasaba una y otra vez. Ella se culpaba, no había podido atenderlo cuando seguramente el más la necesitaba. Y todo por un cliente que al final no compró nada.

Fernández revisó los registros de los movimientos de Patricio el viernes de su muerte. Del hotel sólo había salido un rato en la mañana . Los empleados lo habían visto algo confundido cuando volvió.

Fernández intuyó algo. Registró los movimientos de vehículos y vió quien fue la última persona visitada por Patricio.

No pudo evitar una mueca de asco. A Fernández le molestaban mucho esas modernidades de implantarse recuerdos.

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-          Una sesión normal. Hasta rápida diría yo. Los recuerdos eran de muy buena calidad, los había traído la esposa el lunes anterior.
-          ¿Cómo eran los recuerdos?
-          ¡No podemos espiar los recuerdo que implantamos! Esto es un lugar serio.
-          ¡No te hagas el idiota! ¡A la mañana estuvo acá y a la noche lo tuvimos que despegar con cucharita de las paredes del hotel! ¡O ayudás o cerramos este serio negocio en menos de lo que demorás en nombrarlo!
-          Tranquilo, tranquilo. Era un típico regalo de esposa. Recuerdos de viajes juntos, ambientes románticos. El nombre de ella una y otra vez. Ivana por aquí, Ivana por allá.
-          ¿Cómo dijiste?
-          Ivana, el nombre de la esposa ¿Por qué?

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La cara de Mimi palideció. Hacía mucho que no escuchaba ese odiado nombre.

-          La única Ivana que hubo en la vida de mi esposo desapareció hace tiempo. Ella lo persiguió de mil modos, quería robármelo. Lo acosaba y después desaparecía por meses. Hasta que un día no apareció más. Despues de algunos años bajamos la guardia. La creímos curada o definitivamente alejada o muerta. No sé, nunca esperé escuchar ese nombre otra vez.

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La presentación estelar del Congreso Mundial de Memotransplantes del año 2075 se titulaba “Rechazo en los transplantes de memoria. Casos extremos.”

En ella se detallaba el caso de un paciente que “…habiendo recibido un transplante involuntario mediante un engaño delictivo, se vio enfrentado al conflicto entre los sentimientos provenientes de los recuerdos artificiales y los de su propia naturaleza. La reacción sobreviniente incluyó una severa reacción de autodestrucción que …”

Las crónicas policiales eran menos precisas pero más exactas. Hablaban del procesamiento de Ivana por instigadora de un crimen pasional. Más difícil fue definir el asesino. Según la opinión más extendida Patricio M. había luchado contra los recuerdos invasores y finalmente había destruído violentamente su propio cuerpo para evitar que le robaran su vida y su verdadero amor. Como los pueblos que, vencidos en la guerra, huyen quemando sus ciudades antes que dejarlas en manos del enemigo.

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